Llegaste para marcharte

Déjala danzar desnuda sobre un campo de mentas, que sus huesos sean translúcidos y solo podamos apreciar su triste dolor, déjala que vuele sobre cielos opacos, que le roben su alegría y marchite sus mieles, déjala que corra y se abalancé sobre sus piernas cansada de tanto huir, que marchite sus heridas con cicatrices de alcancía, que no alcancen las letras para conformar las palabras que el viento ya se llevó una vez, déjala que goce de su momento, que entre viajes se mienta a sí misma, y que delate por última vez a su corazón sediento de amarlo, de cuidarlo y de atesorarlo, déjala que por una mísera última vez se arriesgue a un final que ya conoce... déjala que se estrelle como ya quería hacerlo; porque al final no hay poemas, escrito o pensamiento que pueda hacer que te haga entender que sigues acá, en mi alma, tu recuerdo, tu pensamiento, tu... luche y aproveche cada segundo que fuimos, y que la vida me permitió a tu lado, cada abrazo, cada beso, cada vez que intentaba acariciar tu rostro, cada lunar que intente robar y que tú en una rasgada arrancabas mis huellas desesperado por mi ternura... y al dejarla danzar en aquel momento, ella intentó volar y las feroces garras de su amor obligaron a su corazón a desprenderse de sus aires de libertad, obligaron, nuevamente, a su espíritu a doblegarse ante el poder de aquel amor y la trampa que ejerce, aún, sobre sus ansias de elevarse a nuevos surcos, pero todo es una gran farsa, un gran sueño que poco a poco se desvanece y se minimiza a una pesadilla de la cual se desprende un sutil masoquismo que ata con sus garras a aquella ave que permanece firme, fina, incólume, y leal a un amor que ya no esta, que solo es una sombra marchita, un disfraz lleno de sueños y anhelos... ese miedo, ese amor... quiero que sepas que estás matándome... me haces tan feliz, espero que realmente seas inmensamente feliz con tu vida, con tu amor, pequeño gigante con chispas de chocolate... estoy a un solo paso...

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